jueves, 3 de mayo de 2007

II. Roquedal

Llevo tan sólo unas pocas horas aquí, pero hay algo que me dice que este sitio tiene algo de mágico. Desde el balcón de mi Suite Marfil, en el que me encuentro en estos momentos, mirando al mar huelo la paz, la tranquilidad, la armonía; y al mismo tiempo, mientras escribo estas líneas siento que hay un halo de misterio que envuelve a este lugar y todo cuando lo rodea.

En la librería hay un montón de libros, desde autores clásicos a gente cuyo nombre no había escuchado jamás. No es que yo sea un experto, pero uno espera que los libros típicos de estos sitios sean aquellos de los que todos hablan últimamente y que nunca me han llamado la atención. A decir verdad, hace mucho tiempo que ningún libro me atrae.

Quiero bajar al salón, a ver si veo a la chica que me saludó cuando llegué. Agatha, creo que se llamaba.

No dejo de maravillarme con este lugar, en cuánto dinero habrán gastado en reformar este sitio por dentro y que desde fuera parece totalmente abandonado. ¿Tendrá algún sentido?

En el salón están tres chicas y dos chicos, pero no veo ni a la recepcionista que me atendió ni a Agatha. Han detenido su conversación para hablar conmigo.

-Buenas tardes- me dice una de ellas, parece ser la que maneja el cotarro -. Ven a sentarte con nosotros.
-Buenas tardes – digo nervioso. ¿Qué me pasa? – Mi nombre es… - no paro de titubear al tratar de decir algunas palabras.
-Sabemos quién eres. Yo soy Lucía, la presidenta del club. Ésta es Phibs – me dice señalando a su derecha a una chica con un jersey verde y seguidamente señala a una mujer que está más alejada de ella – y ella es Julia -. Julia podría ser la madre. Su aspecto invita a la cordialidad y tiene una mirada que transmite confianza. Phibs parece una chica impulsiva, alegre y divertida. Lucía por el contrario me transmite sentimientos contradictorios. En décimas de segundo su rostro cambia de la sobriedad a la confianza, de decir “eres uno más” a “te estamos vigilando”. Se ve que es un gran líder en este grupo, o lo que demonios sea.
-Encantado chicas. ¿Y vosotros quiénes sois? – digo señalando a los dos chicos que están sentados junto a ellas.
-Mi nombre es Jangel y él es Edmundo. Es todo un placer que te animes a pasar un tiempo entre nosotros.
-Bueno, todo dependerá de qué clase de sitio sea éste. De momento estoy bastante ensimismado.
-Guau… ensimismado – dice Phibs entre risas -. Hacía mucho que escuchaba ese palabro.
-Disculpa a Phibs, es así siempre – intercede Julia.
-No te preocupes, no soy un estirado que se mosquea por cualquier pamplina.
-¿Pamplina? – Phibs sigue riendo -. Eres un crack. Hacía tiempo que no escuchaba esas palabras.
-Bueno, basta ya. No agobiemos a nuestro invitado – Lucía interviene y todos se quedan expectantes. - ¿Estás a gusto en tu habitación? ¿Hay algo que podamos hacer por ti?
-La habitación es cojo… Perdón, que hay señoritas delante. El sitio está bien, tranquilo, impresionante vista del mar, pero sí hay algo que podéis hacer.
-Para eso estamos aquí – dice Edmundo.
-¿Qué es todo esto?
-¿A qué te refieres con todo esto?
-Pues a este sitio que llamáis el Club Somoza. ¿Qué significado tiene? Si Sois un grupo de amigos que vive en este sitio o sois gente que vive en este pueblo o yo que sé. ¿Qué sentido tiene tener un club que parece abandonado por fuera y una mansión de película por dentro? No sé, simplemente noto que aquí hay algo raro… y sinceramente, no me gustaría despertarme de madrugada luchando contra seres que quieren devorarme o en un ritual en el que me arrancan el corazón para dárselo como tributo a algún bicho marino para pedir por la salvación de las almas.

Todos empiezan a reír ante mi comentario, lo cual me hace sentir estúpido, pero a la vez intranquilo, porque no lo he dicho para parecer gracioso, sino porque aquí hay algo que se sale de lo normal y quiero averiguarlo. Por fin Julia pide permiso a Lucía con los ojos para hablarme, como si me fuese a contar un secreto. Ante su aprobación me pregunta si sé quién es José Carlos Somoza y se queda sorprendida con mi negativa.

-José Carlos Somoza es el hombre a quien debemos el nombre de nuestro club.
-¿No me digas? Yo creo que si me hubieras dado cinco minutos más igual lo habría adivinado y todo – digo con tono irónico, pero sin mostrar acritud. Ante su sonrisa continúa su explicación.
-Pues bien, además de lo que es obvio, te puedo contar que Somoza es un escritor un tanto peculiar. Algunas de sus obras suceden en Roquedal, este pueblo.
-Ahh, ya entiendo, es una especie de escritor de historia del pueblo y en honor a él habéis creado este club. Algo así como el Antonio Banderas (Anchonio para los amigos) de Roquedal. Allá donde va habla del pueblo, lo promueve y no hay fiesta que no pase junto a sus paisanos.
-No exactamente – Su sonrisa me deja preocupado, pues creo que me va a soltar una bomba que no me va a gustar nada y se van a reír todos de mi cara de asombro cuando me lo diga.
-Venga, suéltalo ya. Esas caras que tenéis por ver mi reacción hacen que me preocupe.
-Roquedal no es más que una invención de Somoza.
-Pues no lo entiendo. Es decir, ¿qué este pueblo en realidad no se llama Roquedal?
-No lo has entendido – Interrumpe Lucía -. Roquedal no existe.
-Es una ilusión de Somoza – dice Jangel -. Y ahora tú formas parte de ella.

Siento que el aire me falta. Esta gente se está riendo de mí.

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